Jamás llegará a los treinta

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—Yo tendría cuidado con los paseos nocturnos… Exponen a malos encuentros. A consecuencias.

Ricardo Maraña le mira los ojos con manifiesta pereza. Al cabo asiente levemente, por dos veces, y echándose un poco atrás en la silla levanta el faldón izquierdo de su chaqueta. Reluce allí el latón en la culata de madera barnizada de una pistola corta de marina.

—Desde que se inventó esto, las consecuencias van en dos direcciones.

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El Asedio (Arturo Pérez-Reverte)

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Si hay un personaje secundario dentro de El Asedio (Alfaguara, 2010) que merezca la pena destacar, ése es Ricardo Maraña (Málaga, 1792). 

«El Marquesito», denominado así por sus modales y aspectos distinguidos (distinguido no es sinónimo de pijo, por cierto) es un segundón de familia bien, aquejado por el último grado de una enfermedad mortal e irreversible.

Arturo Pérez-Reverte, que necesitará algo más de cien páginas para presentarlo en su obra más ambiciosa contando al día de hoy, lo relata remarcando que es «de la clase de hombres que queman una vela por sus dos extremos».

Ostensible cojera tras un incidente sufrido en Trafalgar y expulsado del servicio militar tras herir a un compañero de promoción; Ricardo Maraña ejerce la «piratería legal» bajo patente de corso, siendo el segundo al mando de una rápida balandra de ocho cañones llamada Culebra.

Hombre parco en palabras, el corsario. Cruel y taimado como pocos, lapida la esperanza por su vida tras el manto de una estudiadísima indiferencia. La de aquel a quien las circunstancias lo han convertido en un prematuro héroe cansado.

Heredero de Aquiles y no de Ulises; valiente hasta  acaparar el grado de una insultante temeridad y seguridad en sí mismo. Su futuro, que es la Nada, no dejará cuentas de una vida que se cobra por anticipado, y sí un corazón roto en Puerto de Santa María, así como un poco más de abandono para aquél que fue su capitán y amigo, José Lobo.

Chulo, insolente y despreocupado, en setecientas páginas no le veréis mostrar inquietud ni ante el asedio francés, ni ante la «oscura carrera contra el tiempo» que a él le asedia más que a nadie. 

Y es que, con todo, el marquesito ostenta en su máxima categoría aquel código de Honor que establece que se ha de aceptar el destino, sea el que sea, con dignidad y valor.

Esas dos palabras.