La Máscara de Majora

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Majora’s Mask fue la enésima y sorprendente reinvención de The Legend of Zelda para Nintendo 64. Cuando hoy mismo se cumple el día en que los que hicieron la pertinente reserva han recibido el juego de la saga que mejores críticas ha tenido en 25 años, a mí me apetece hablar del oscuro y, además y también, ensombrecido segundo en discordia. Quien un par de años después del magnánimo Ocarina of Time, decidió formar parte de la familia de grandes títulos que pasaron por Nintendo 64.

Majora’s Mask, creado en un año, contrarreloj, por Eiji Aonuma junto al núcleo duro que hizo posible Ocarina of Time, fue un juego que destilaba una constante atmósfera de fin que acechaba a una ciudad llena de vida. Para impedir el desastre, ofrecía una plena libertad espacial y, también, temporal. Pero, además, ganaba en profundidad, poniendo en liza una retahíla de historias secundarias que, incluso, lograban restar protagonismo al mismísimo Link. En definitiva nos mostraba, en primer plano, el sentir de una masa social; con todas sus miserias y todas sus grandezas, frente a la hecatombe que previsiblemente y tras 72 horas iba a tener lugar.

Adoro a Ocarina of Time, el universalmente reconocido rey de la saga, pero en lo personal no me puedo negar que Majora’s Mask supo ir más lejos aún que su antecesor. En un ejercicio de justicia, sólo consigo verlo en la cima: Veinticinco años de Leyenda para algo como esto. El número 1.

Sin embargo, cuando lo jugué por primera vez, no podía entender cómo el equipo de Aonuma había planteado ese juego. No entendía que permitieran la “humillación” por la que pasa Link, al inicio de la aventura. Quien se había convertido en el héroe más carismático de Nintendo, el protagonista del maravilloso Ocarina of Time: Convertido en un deprimente Deku. Sin su Ocarina. Sin su Caballito -probablemente asesinado por Skull Kid, pensé-. Sin la ayuda prestada por Sheik. Sin poder acudir a su fiel amiga Navi, a quien deseaba encontrar para no sentirse solo…; degradado porque sí, y con una misión que se antojaba complicadísima. Contrarreloj. El Héroe del Tiempo, que parecía invencible, al borde de un abismo del que, de hecho, literalmente se cae. En mitad de una aventura que debe afrontar solo y luchando contra el tiempo, al que nadie puede vencer.

No lo entendía. Hasta que me dí cuenta que en esta ocasión, más que en ninguna otra, Nintendo había logrado su objetivo: implicarte al máximo con “Link”; ese personaje que no habla porque pretenden que seas tú, porque hasta su nombre fue escogido, según plabras de Shigeru Miyamoto, para que fuese un “link” respecto al jugador. Un vínculo que rompa el cuarto muro.

Toda la  frustración, todo ese miedo, toda esa ansiedad por el paso del tiempo vinculan más que nunca a Link con uno mismo y consiguen, entre los muchos méritos de Majora’s Mask, el haber logrado esa empatía tan especial.

Y todo ello -abordando la parte oscura del juego- sin olvidar de que se trataba de un cartucho al que rodeaban varios detalles escalofriantes. Como, por poner un ejemplo, el arbolito del principio del juego, del que dicen que es el cadáver con el que a la postre Skull Kid hace la máscara de Deku para Link. En relación a esto, el mero hecho de que el siniestro vendedor de máscaras tenga una máscara de Mario, te invita a reflexionar hasta qué punto de macabro puedes plantearte que es el juego.

De algún modo, y entre tantas otras cosas, Majora’s Mask sabe plantar en el jugador una semilla maravillosamente perturbadora.

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