«This is for Mary»

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<< Había una película de Robert Mitchum que trataba sobre unos contrabandistas de whisky del Sur. Nunca llegué a verla. Sólo el póster en la marquesina del Cine, del cual tomé prestado el título para escribir esta canción.

En realidad nunca pensé que hubiese un lugar como el descrito en la letra. No sabía si existía o no hasta que un día, a finales de verano, conducíamos hacia Nevada y llegamos a una casa junto a la carretera, la cual fue construida por un indio.

Tenía un gran cuadro de Gerónimo en la entrada que ponía “Señor” en la parte superior y un gran cartel que rezaba: “Esta es una tierra de paz, amor, justicia y sin piedad”, el cual apuntaba hacia una pequeña y polvorienta carretera llamada THUNDER ROAD. >>

 

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Thunder Road es un canto a la determinación que se disfraza de una canción de amor en la que no te cuentan si hay final feliz. Que eso sería lo de menos. Probablemente se trate de la canción más romántica, más digna y más llena de valentía jamás interpretada. La única que, aún habiéndola escuchado más veces que ninguna otra, me deja una sensación diferente.

Para mí, reivindica la existencia de una victoria muy importante, la cual reside en la actitud. En olvidar los fantasmas del pasado que te atormentan. En, como dice la letra, que la tal Mary se atreva a cruzar la carretera hasta llegar al coche de Bruce. Que se atreva por el mero hecho de creer en ese sueño; en que no hay tan largo camino hasta llegar a ese coche. En que no era para tanto.

Adoro ese simbolismo. Ese pensar en lo bello que es, sencillamente, decir: ¿Qué más nos queda por hacer, excepto bajar la ventanilla y dejar que el viento juegue con tu pelo?

Y que la noche está llena de magia. Y que la carretera nos llevará a cualquier nuevo lugar. Y que ya lo sé; sé que es tarde, pero aún se puede lograr, si corremos.

Es la victoria que subyace en quien imagina que esa chica decide finalmente soñar despierta. Creer que es la última oportunidad de hacer que ésto sea REAL; de convertir esas ruedas en alas. Es la ilusión y la emoción de llegar a un nuevo lugar. Un sitio alejado de la monotonía y el dolor de tiempos pasados.

La victoria de aquel que ha tenido un buen plan y, sencillamente, lo único que hace es echarle huevos y apostar por él. Intentarlo, al menos.

En el peor de los casos, es una forma de perder en la que sabes que puede haber honor, nobleza y dignidad en esa derrota. Que no todas son iguales.

Me imagino al protagonista, metido en su viejo coche. Protegido de una noche tormentosa. Solo. Escuchando Only the Lonely, de Roy Orbison, mientras observa con nostalgia y el corazón roto el porche de la casa de aquella chica por la que vuelve después de tanto tiempo. Sumido en sus pensamientos. Imaginando que ella decide volver a creer en sí misma, dándose la oportunidad de dejarse llevar. De pensar que aún es posible llegar a algún lugar, juntos. Aunque parezca que ya ha corrido demasiada agua bajo el puente..

Me encanta el Springsteen adrenalínico de los 70, cuando la E. Street Band dio lo mejor de sí lanzando discos como BORN TO RUN, con tantísimas referencias a correr y darte prisa, a la Tierra Prometida, a bajar la ventanilla y disfrutar de un paisaje completamente nuevo, o al honor y la dignidad en quienes lo intentan, aunque fracasen, reivindicando que sólamente en éso, en intentarlo, hay otra clase de victoria.

Londres. Sólo ida

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“Londres tiene algo que hace que todo el mundo la encuentre encantadora”, me dijo alguien que lleva más de 20 años viviendo, creciendo y haciendo mucha pasta, por cierto, (aun habiendo empezado de cero) en la capital inglesa. Fue en respuesta a lo que, a priori, iban a ser unas posibles vacaciones por mi parte pero que, a la postre, terminaron en unos cuantos meses de estancia, trabajo y supervivencia.

Bajo mi punto de vista, eso que convierte a Londres en una ciudad tan increíble y adictiva es lo acogedora que es. Sí, pero no acogedora porque sea tranquila, cómoda o barata, precisamente, que para el caso habrá miles de ciudades mucho más satisfactorias  en este sentido. Sino acogedora porque representa una polis que ostenta la gran virtud de generar, en el eventual viajero que acabe dejándose caer por allí, la sensación de que encontrará todo aquello cuanto busque, incrementando la impresión de no sentirse extraño, solo, ni desamparado por la distancia: En definitiva, sea lo que sea que vayas buscando, tangible o intangible, es muy probable que lo vayas a encontrar en un lugar como Londres.

Porque sí. Porque es una ciudad susceptible a hacerte sentir una persona anónima. Una ciudad inmensa que no ha perdido el sentido de tratar de tener ciertos rincones paralelos al clásico campo, destinados a la comodidad y la lejanía del ruido o la polución (un más que buen porcentaje de extensión londinense está constituido por zonas verdes tan grandes como Hyde Park). Incluso a pesar de la crisis mundial, resulta ser una de esas ciudades repletas de posibilidades, que cree en las ideas, en el error humano y en las segundas oportunidades. Es una ciudad para ricos y para menos ricos. Para turismo y para trabajo. Con centenares de opciones a nivel de cultura y entretenimiento y que sabe adoptar lo mejor de cada país que la habita, integrándolo todo en un sitio universal y con una infraestructura que mantiene clasicismo, modernidad y leyendas: Casi cada calle, casi cada rincón, guarda algún mito que te invita a sumergirte por conocerlo. Un día libre en Londres, cargado con una cámara de fotos, algo de comida y 3 ó 4 latas de cerveza se puede convertir en una experiencia a poco que te dejes llevar por ese encanto, por esa historia de la que la ciudad entera pretende hacerte partícipe.

Quizá no sea el sitio ideal para tener una familia, ni tampoco sea la ciudad perfecta para aprender inglés, pero si estás deseando hacer una escapadita en forma de viaje sin billete de vuelta, se me ocurren pocas opciones mejores o más satisfactorias que lo que simboliza Londres.

En cualquier caso, desengañaos: no llueve tanto. Y cuando lo hace, (casi nunca especialmente fuerte) más de una vez tendréis la tentación de querer caminar en libertad por sus calles: sin paraguas, escuchando vuestra canción favorita y sabedores de que en pocos lugares del mundo habréis llegado a tal nivel de encanto y complicidad con un lugar.

Almería

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Esa tarde se iba. Se dijeron adiós de la forma en que sólo dos enamorados saben hacer y el autobús partió a su destino. Daba una vuelta entera a la estación hasta volver a pasar por la calle paralela. Y allí esperaba ella, que le acababa de despedir, pero deseaba volver a verle para saludarle con sus ojos y con sus manos. Para decirle “te quiero” desde una distancia simbólica. Necesitaba hacerle saber que él lo es todo, que no olvide que él es especial.

Él la vio desde el autobús; le hacía gestos, quería gritarle, abrir un cristal que no se podía abrir, sólo para decirle que la había visto esperando. Darle las gracias por despedirlo otra vez.

Pero ella no le vio a él, y su cara era la imagen de la decepción. ¿Me habré equivocado de autobús? ¿Por qué no puedo verle otra vez?

¿Por qué estás tan lejos?