Duerme un poco más

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Anoche soñé que conocía a una arquitecto que brillaba con luz propia.

Qué manos tenía.

Sólo contando con esa parte de su cuerpo, y por cómo se movían en el aire cuando se expresaba, habría sido capaz de captar la atención de cualquier hombre en este mundo.

Yo era un pobre mortal. Un pescador de la zona fascinado por haber encontrado a una mujer como esa, interesada en aquel lugar.

Alguien completamente alejado de ella. Extraño en su sofisticado mundo.

Soñé que me armaba de valor y que, desafiando toda lógica, un simple pescador lograba convencer a la arquitecto para que viniera a ver un acantilado único en aquel paraje.

Era un día de verano y había sombrillas y hamacas.

Soñé que me pedía que le cogiera de la mano para no tropezar en la arena. Que, en contacto con la mía, se olvidaba del asunto que le había traído hasta allí, de forma que, al final, nos pasábamos todo el día, desde el atardecer hasta el anochecer, sentados en mitad de la playa, bajo las sombrillas.

Soñé que no parábamos de hablar durante muchísimas horas. Que le contaba cosas sobre los equinodermos de aquella costa. Que al llegar la noche le mentía, piadosamente, inventándome constelaciones para sorprenderla.

Soñé que le decía mi nombre y que, de pequeño, me gustaba jugar a aquel juego. Que, de hecho, tenía una cuenta en aquel foro. Que mi nickname hacía alusión a la fotografía.

Entonces ella sonreía, sin decir nada más. Su mano me acariciaba el cuello y yo fijaba mis ojos en sus labios.

Por la mañana, cuando desperté, era plenamente consciente de que todo había sido un sueño y que éste había terminado. Pero decidí irme a comprar una caña de pescar.

Cuando observo bichos pienso en una mujer

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—Es paradójico que incluso un insecto me evoque su recuerdo —pensaba el hombre—; la mujer tiene una mirada muy llamativa.

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Dejando fluir sus pensamientos, se puso a recordar el tiempo que dedicó al estudio de la Entomología.

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—Sé lo suficiente como para hallar belleza en la biodiversidad. Y, sin embargo, jamás he visto, ni por asomo, siquiera la sombra de la magia que encierran esos ojos. Ni aún teniendo la posibilidad de contemplar a todo el reino animal, o me haya contado que esa mirada va a menos por ojeras de algunos sueños echados a perder. Ni por esas consigo encontrar algo que me conduzca a ella.

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El hombre insistía en tratar de captar, en la naturaleza y como quiera que fuese, una parte de esa belleza inherente a todo lo que rodeaba a aquellos ojos. Algo que lograse captar lo latente o su magia, en un instante.

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—Si persigo a una mantis de color verde, puede que esa fotografía consiga transportarla a su infancia, cuando las capturaba siendo pequeña. Pero no son mantis lo que persigo, sino el deseo de que ella ensanche su presente para que no piense más en el pasado. 

Si, por el contrario, ordeno mis pensamientos y recuerdo esa palabra que le gusta tanto, me viene a la cabeza un escarabajo de color turquesa. Mas ella es originalmente de Argentina, y mi tierra también queda un poco lejos de África, donde los coleópteros campan a sus anchas.

Por último, si me distraigo por el aleteo de aquella mariposa, considero que los lepidópteros son de los insectos más llamativos dentro del reino animal y que ella también lo es. Pero no sé. Una vez me contó que, durante algún momento de su vida, hubo algo que le cortó las alas con las que podía soñar el alcanzar cualquier propósito. Que , a diferencia de otros, ella no puede volar a ningún lugar.

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Y, así, llegando al instante en que el hombre ya no consideraba encontrar algo real, pasó a caer en sus fantasías por hallar esa imagen que supiese hacerle justicia.

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—Un animal que se encuentre más allá de los espejos… Más allá del tiempo perdido… Más allá de la más profunda de las voluntades que, en algún momento, acabó transformándose en una retahíla de sueños olvidados… En una falta de deseos.

Voy a ser optimista y pensaré que no es una quimera. Que no está en mi imaginación, sino que es algo real. Algo que, en cualquier momento, lograré plasmar en una fotografía.

Sentir antes que Pensar

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Esa mañana se topó con algo que es posible que significase menos de lo que él pensaba. No lo supo en aquel momento. Aún si fuese así, le volvió a recordar a esa mujer.

Una alberca con agua requería de cierta manutención: estaba repleta de hormigas. Hormigas con alas, que aún luchaban por sobrevivir de lo que la madrugada pasada fue una gran tempestad para un animal tan pequeño.

Había muchas, pero sólo captó su atención una de ellas.

Una que, siendo de las más pequeñas, se había quedado completamente aislada en un pequeño recipiente de cerámica. Luchaba por no ahogarse. Tenía las alas mojadas; probablemente rotas. Pero ella quería volver a volar.

No creyó, el fotógrafo, que sus ansias por volver a extender las alas fuese debida al deseo de querer ir a un lugar determinado y concreto. Viendo su perseverancia, no pensaba que la hormiga se preguntara si, probablemente, ya no le servirían. De hecho, estaba convencido de que aquel animal sólo se movía por instinto.

Quería salvarse porque así debía ser. Tratar de salir volando por la sencilla razón de que ella sí puede hacerlo. 

No pensó a donde ir, pero ese sentimiento la salvó. Le valió con ello para ser una pequeña hormiga que, aún siendo individual y más pequeña que la mayoría, se convirtiera en un ser completo por sí mismo.

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una

dos

tres

cuatro

cinco

seis

siete

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Al fotógrafo le hubiese gustado tirar un último fotograma: La pequeña hormiga desplegando sus alas, a punto de salir a volar.

Pero no tuvo tanta paciencia…

Ésa, la paciencia, la dedicaría a esperar a que el día menos pensado la mujer le contara qué se siente.

Una palabra que aún no se ha inventado

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Palabras y más palabras. Una canción escogida minuciosamente. Un parpadeo en una pantalla digital. 

Un castillo de arena. Un puente colgante. La niebla disipándose al horizonte. 

Un post malinterpretado. Un secuestro a punta de pistola. Un rescate. 

Un semáforo que se hace interminable. Una tienda de lencería. Un cine con subtítulos. 

Un acantilado bajo un cielo de estrellas inventadas. Un pescador y una arquitecto. El final de un sueño que no se puede contar. 

Un karaoke improvisado. Una cabaña a base de mantas. Una meta provista de un largo camino. 

Un beso temblando. Un banco con alguien mirando. Apartar la mirada o no parar de moverse. 

Ciento ochenta minutos. Veinte horas. Cuatro meses y tres días. 

Un par de usuarios con nickname numérico. Un sms inesperado que encaja con la banda sonora de cualquier película. Un código morse a estrenar. 

Trece horas sin interrupción. Un sobre sin remite. Cinco sentidos y unos bombones de limón. 

Unas manos sobre otras manos. Una sonrisa triste. Un acento único. 

Odiar a un actor de Hollywood. Sentir antes que pensar. Pensar en ti. 

Colarse en un parking. Morirse de frío. Tener una estufa cerca. 

Mariposas artificiales. Un tintibalero rojo. Una alúa salvándose de la lluvia. 

Un fin de año el 15 de enero. Dos botellas en media hora. Una sesión fotográfica. 

Atarse las zapatillas frente a un espejo. Una carretera para cruzarla. Un baile lento. 

Unos puntos suspensivos. Un coseno persiguiendo a un eje de abscisas. Volver a intentarlo. 

Un adiós. Un hola. Un siempre. 

Algo que no esté institucionalizado. Algo que aún no tenga nombre. Pero algo REAL. 

Como una particular tesitura… Como cualquier cosa fascinante… Como una grandísima VERDAD.

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Cruza la carretera y vente conmigo

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Pasar la noche del fin de año a tu lado es mi Plan A.

¿Lo comprendes?

Esperaré por ti antes de las doce, a las doce, después de las doce, y cuando los mayas demuestren que no estaban equivocados; aún entonces, durante el fin del mundo, esperaré por ti.

Tú, yo y la noche del fin de los tiempos.

Date por aludida…

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Ciento ochenta minutos

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No hay nadie alrededor. Ningún sonido excepto la incesante lluvia. Relámpagos en mitad de nuestro momento inmaterial.

Imaginado, onírico, perfecto…

Tu frente en mi barbilla. Mis dedos jugando con tu pelo, que se precipita sobre mi pecho. Mis manos, grandes y, habitualmente, cálidas, tranquilizan a las tuyas. A tu corazón le va dando tiempo para sincronizarse con el mío.

Y, mientras, respiramos el mismo aire.

Sólo respirar…

Como una nana, van sonando las tres canciones de Spotify que me habías preparado. Y suenan sin publicidad. Como si alguien se hubiese dejado por error y bajo una casualidad imposible una cuenta premium.

Y vamos aprovechando este momento mágico, en que los recuerdos se hacen débiles. Imprecisos.

Casi parece que no existe ese pasado que forma parte del deseo por olvidarlo todo para siempre.

Olvidar…

¿Ciento ochenta minutos para generar nuevos recuerdos?

Ni me preocupo por ello.

No pensar…

Que la grisácea claridad de una tarde de Noviembre lo invada todo.

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Una historia con final abierto

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-Un chico entra en un vagón de un Metro en el que sólo puede fijar sus ojos en una chica. Ambos demuestran que a una casualidad tan remota también se le puede llamar Destino. Siete meses después, entre lágrimas y tras darse su abrazo más íntimo, la chica pide un deseo: «nunca me dejes».

-Un joven en un avión que está a punto de despegar rumbo a una ciudad inglesa. En su equipaje varios años de recuerdos y un miedo aterrador. Ese miedo que todos hemos tenido alguna vez. El miedo de no volver a ver a alguien a quien quieres de una forma que no logras explicar con palabras. El miedo de que, cuando el avión despegue, la habrá perdido para siempre. Y los milagros no existen, así que se acabó. Toca llenar la mente de mil y un problemas para que sólo al dormir tenga un espacio para pensar en ella. Un espacio que nunca dejará de repetirse.

-Una escena de frustración, de una madrugada tormentosa. Un hombre con la mirada perdida, en su viejo coche, soñando despierto con que en cualquier momento va a aparecer. Pero a ella le atormenta un pasado en el que el hombre no estuvo. Unos fantasmas que la miran y la persiguen. Que le recuerdan que su ropa cayó, arrugada, ante ellos.

Y, mientras, en la radio del viejo coche, suena una antigua canción de Roy Orbison. Y al hombre, entonces, le invaden las ganas de vivir, convencido que el amor puede con todo. Que va a conseguir rescatarla de esa situación. Que ambos se merecen otra oportunidad. 

Que, en definitiva, no importa si el tiempo se escapa, porque aún lo pueden lograr, si se dan prisa.

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