La aproximación pitagórica en Majora’s Mask

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Los pitagóricos, que eran religiosos y matemáticos, creían en el Cosmos. El Cosmos era concebido como un sistema puramente ordenado. Unitario y que abarca todo. Armonioso en un sentido eminentemente musical. Simétrico y equilibrado. Proporcionado y libre de entropía. Puro y, sobre todo, sanador; que no nos necesita pero que, por su condición, nos puede salvar.

A su vez, tratando su vertiente religiosa, creían que la música, por medio del sentido del oído, era lo único que podría vincularnos con el cosmos, accediendo por el oído hasta llegar al alma. Así, el buen músico era, de algún modo, conocedor del Cosmos: creían que la música que era perfecta nos embriagaba de tal manera que el alma podía escapar del cuerpo. La buena música, en definitiva, era una creación de los dioses, pertenecía al Cosmos y tenía poder psicagógico y de sanación hacia el alma, encerrada en el mortal, imperfecto y pecador cuerpo humano:

«La purificación y liberación del alma es el objetivo más sublime del hombre, el cual sólo se logra por medio de la buena música».

Si bien es conocido el simbolismo que recae en toda la saga de The Legend of Zelda, creo que podría ser posible que la más que tratada parafernalia musical que recae en, sobre todo, sus últimos títulos podría haber bebido de fuentes filosóficas, siendo los pitagóricos quienes durante los siglos VI y V a.C. mejor reflexionaron sobre lo que de facto nos enseña el vendedor de máscaras felices: un personaje conocedor de una melodía capaz de sanar el alma y cuyo nombre no es otro que el de «Canción de la Curación». Pudiera ser puramente casual, pero lo cierto es que Link la emplea en reiteradas ocasiones para, según palabras del propio juego, «sanar las almas de la gente, trayendo paz a los espíritus de Términa». La canción de la curación es empleada, en un sentido unívoco, del mismo modo a como la entenderían los pitagóricos, y es por esa coincidencia filosófica por lo cual me pregunto si no será que los autores del juego se vieron influenciados por dichas doctrinas.

Si con un instrumento musical se puede cambiar el paso del tiempo, se puede convertir la noche en día, se pueden alterar los elementos y hacer que llueva, se puede acceder y entender al reino animal, podemos transportarnos a través del espacio por largas distancias y, si encima de todo y en un sentido puramente pitagórico, podemos sanar a las almas en pena…

¿Se podría entender que la Ocarina del Tiempo es un instrumento vinculante con el perfecto Cosmos?

¿Es el vendedor de máscaras felices, presunto asesino de Súper Mario, conocedor del Cosmos?

¿Estudiaron Eiji Aonuma y Shigueru Miyamoto a Pitágoras de Samos y su retahíla de seguidores?

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La falta de comunicación

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He visto unas tres veces Babel, la película de Alejandro González Iñárritu. Y, escuchando esta melodía

…pienso que podría ser perfectamente eterna. Desearía que ese piano y esos violines no acabasen nunca. Me quedaría con lo que para mí destilan: Escucharnos, o tratar de entendernos, un poco más. Sueños románticos. La piel de gallina. Lágrimas en los ojos.

Veo en la televisión del bar japonés a Brad Pitt tras haberse reconciliado de corazón con su mujer, que ha sufrido dos traumas. La reconciliación. Catarsis. Aquello tan dado a huir de la tiranía de las palabras. Correspondencia de las miradas.

Veo al inspector bebiendo sake mientras da la espalda al televisor. Reflexivo por sus propias movidas. Ensimismado por lo que presencia en su día a día.

Termina la película con ese abrazo, también sin palabras, en lo más alto de un rascacielos casi babilónico. El abrazo de un padre a su hija, una niña tartamuda y tarada.

Y me admiro, finalmente, con la simbología de esa hija problemática que anhela estrechar la mano de su padre. Me admiro por elevar a la máxima potencia la necesidad por querer comunicarnos. Por no perder lo que los dioses nos quitaron en la cúspide de la Torre de Babel.

Y que no haya banderas, ni himnos. Me admiro con ese lenguaje común que se deja llevar por un sueño imposible, aunque sólo esté acotado por un ínfimo momento en medio de toda la eternidad. Ni pasado ni futuro: Una única gota de agua en medio de la tempestad.

Es en la comunicación (en su carencia, en su necesidad) donde veo que existen más puntos en común por formar naciones, banderas, territorios, himnos, símbolos. Veo en la necesidad de decir con palabras vacías -“esto es mío, esto es tuyo”- donde nace la querencia por crear vínculos comunes: Países que protejan algo que los integrantes sientan como identificable.

Todo lo demás, empezando por los problemas ajenos que se escapan de aquello que “es nuestro” creo que, o nos da un poco de miedo o nos genera el peor de los rechazos después del odio: la indiferencia.

Raíces, en definitiva, de las peores tinieblas del alma.

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Babel

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Hablar y que nadie te entienda. El mayor castigo de los hombres y, a la postre, semilla del odio y del miedo. Fuente de guerras, de cribas, de sospechas, de traiciones.

Nuestra mayor desgracia: la falta de comunicación en medida disciplinaria a nuestra ambición por ocupar el espacio de los dioses; quienes, en otros tiempos, castigaron por su soberbia a Áyax el Grande, por sacrificar en su ira a todo un rebaño de ovejas. Al héroe Aquiles, por ensuciar el nombre de Apolo. Al Doctor Frankenstein, por sus deseos de vida eterna. A Adán y Eva, por su no aceptación respecto a las reglas. A Prometeo, por ser el ladrón del fuego. A Ícaro, por sus bellos sueños por surcar los cielos.

La no aceptación en respuesta a nuestra osadía. El correctivo de Babel. Sus consecuencias.

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El título

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“Aquiles tras la Tortuga”. ¿Por qué?

Aparte de que suene simpático, que había que rellenar un espacio no ocupado previamente por otra página, que hace referencia a una carrera -cosa que adoro- y también a un personaje de la mitología griega del que admiro ciertos valores y de cuya época histórica evoca sentimientos de epopeya que me gustan; más allá de todo eso…  Supongo que es una forma de decir, en definitiva, que por más que incluso un sabio como Zenón diga que es imposible, se puede alcanzar a la tortuga. Y ésto, quizás, puede llegar a ser tan fácil como parece.

Zenón, promotor de la paradoja de Aquiles y la Tortuga, no conocía el cálculo infinitesimal -demasiado adelantado para su tiempo- del mismo modo que muchas paradojas no obtienen respuesta al no conocerse todos los detalles que rodean lo que, a priori, encierra su misterio. Pero Zenón quiso poner en jaque a las matemáticas y dio por perdido al héroe de la Ilíada Aquiles, nada menos; quien era conocido como el más rápido de entre todos los hombres.

Mi creencia, por tanto y respecto al nombre del blog, es que en el peor de los casos, y aunque no seas el más rápido de entre todos los aqueos, mientras creas en algo, la perseverancia puede que haga el resto.

Lo que supone aquello que considero como lo más importante en la vida de cada uno: La actitud. Ésa palabra es mi reivindicación en la vida, y por ende, éste es el nombre que escojo para mi blog.

Tan simple como eso.