El Árbol de los Cuarenta Escudos

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Ginkgo Biloba es un fósil viviente. Probablemente el árbol más antiguo sobre la faz de la tierra. Técnicamente, al igual que muchas secuoyas, podría vivir eternamente.

El árbol de los cuarenta escudos ha sobrevivido a tiempos geológicos, a grandes extinciones y a guerras nucleares. Ha sobrevivido a incendios masivos, a sequías y a suelos pobres en nutrientes.

Se trata de una especie vegetal que surge por primera vez hace millones de años, cuando las plantas ganaron en eficiencia respecto a evitar las pérdidas hídricas, mejorando sus sistemas vasculares y de transporte; más aún comparativamente con los ancestrales musgos y hepáticas de entonces, los cuales eran los máximos exponentes que contribuían al incipiente éxito evolutivo del Reino Vegetal.

A diferencia de los mencionados, Briófitos, Ginkgo es una Gimnosperma, aunque hasta hace bien poco pensaba que se trataba de un extraño helecho, pero no: La realidad es que fue de los primeros árboles con semilla en habitar este mundo.

Y es por todo ello, por su fisionomía de extraña gimnosperma con particulares y pequeñas hojas palmeadas, así como su peculiar historia, que este árbol alcanza una dimensión legendaria:

Venerado por los budistas, estudiado por naturópatas, adalid de los bosques orientales, escondido en los parques botánicos europeos… Ginkgo es conocido como un ejemplo de resistencia y perseverancia. Como el “portador de la esperanza” en Hiroshima. Como el árbol sagrado de las pagodas. 

La dimensión humana

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«Tres años habíamos pasado en aquella humilde sala de disección perdida en la huerta del viejo hospital de Santa Engracia. Allí desmontamos, pieza a pieza, la enrevesada maquinaria de músculos, nervios y vasos.
Ante aquellos cuerpos abiertos protestaron al principio cerebro y estómago; pronto vino, sin embargo, la adaptación.
En adelante vi en los cadáveres, no la muerte, con su cortejo de tristes sugestiones, sino el admirable artificio de la vida»

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Santiago Ramón y Cajal

Mendel

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El otro día fue el aniversario -no se cual- de Mendel.

Mendel fue un científico cuya metodología ha sido considerada como al límite de la perfección para con un aspecto determinado. Al mismo tiempo, también  ha sido valorado, para con otro aspecto, como aquel ejemplo que nunca se ha de seguir en Ciencia.

Para lo bueno: era sumamente metódico. Lo era hasta decir basta. Tuvo gran paciencia y escogió un modelo increíblemente bueno de estudio: barato, claro en los resultados y de inmejorable cualidad de ser reproducido. Acompañado de esto, tuvo una idea tan buena que se nota a leguas que sabía perfectamente lo que buscaba y el resultado que obtendría de sus estudios.

En la cara opuesta, tenemos el aspecto negativo: Mendel jamás se rodeó de una comunidad científica. Y, a pesar de ello, le fue bien. Y fue así porque impuso un criterio univocamente vencedor. Por ello nunca necesitó del flujo de ideas de una comunidad científica que sí es necesario y un aspecto imprescindible e impensable de renegar del mismo a día de hoy.

Mendel fue, al mismo tiempo, ejemplo paradigmático y seguidor del camino que nunca se ha de seguir. Pero le fue bien, como todos sabemos. Por eso es Mendel, uno de los padres de la Genética y un científico que siempre será recordado.

Guerra Bacteriológica

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Imaginad a las más pequeñas hijas de puta que han existido jamás: Yersinia Pestis, Vibrio Cholerae, Bacillus Antracis, Neisseria Meningitidis, Bordetella Pertusis, y un largo etcétera de hijas de mala madre. Imaginad un grupo terrorista financiado por oscuros negociantes, dueños del petróleo. Imaginad a Craig Venter***, el artífice de la mal llamada vida artificial.

Metedlo todo en una batidora y tendréis a la bomba atómica: la primera guerra bacteriológica, pero ahora con argumentos de peso. Nadie habla ya de cartas impregnadas de ántrax. El precedente que abrió Venter supone plantearse opciones que son muchísimo más serias. Y si a mí esta rallada mental se me ocurrió unos días después del 20 de mayo, fecha en que surge esta noticia, “otro”, igual lo lleva pensando hace ya un par de años.

Si, hipotéticamente, Craig Venter construyese una cepa capaz de expresar las toxinas de nuestras amigas de una forma eficiente y criminal: Haciéndola resistente a una buena cantidad de antimicrobianos y antibióticos. Incluyéndole vías metabólicas de obtención de carbono y energía de acceso sencillo y óptimo. Por si la cosa se pone fea, dándole capacidad de crear formas de resistencia como esporas. Para hacerla más puta, si cabe, dotándola de fímbrias bifásicas que sean mutables para que no haya target posible que se le resista… Habría creado al arma biológica perfecta para destruir al hombre y la opción de plantear una guerra sin necesidad de disparar una sola bala ni de tener una sola baja.

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***Venter es un científico cuya calidad como biólogo sólo es superada por su ambición y su capacidad para generar recursos monetarios. En su haber: competir en primera línea de batalla por la secuenciación íntegra del genoma humano; proyecto del cual fue expulsado, sus contratos con alguna petrolera para generar un alga unicelular capaz de sintetizar hidrocarburos, y su querencia por privatizar genes.

¿Tienen vida los virus?

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Texto en respuesta al artículo escrito por Luis P. Villarreal publicado en la revista Investigación y Ciencia de Febrero de 2005 y que enlazo y cito en este blog:

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Como siempre y con idea de hacer una taxonomía que facilite las cosas, al hombre se le plantea la problemática de encarar dónde situar a un virus. Si está vivo porque interactúa activamente con lo vivo, o si son inertes porque no sólo son simples, sino que carecen de metabolismo.

En mi opinión el problema no está, simplemente, en querer determinar si el virus tiene o no vida, sino en la pretensión por manejar una entidad original y diferente a todo lo que conocíamos con normas para las cuales no está hecho. De modo que, personalmente, creo que vertería mis inquietudes al respecto en el modo de formular dicha pregunta y no tanto en esa cuestión, tal cual.

«Los virus son virus», dijo un premio Nóbel. 

Sencillamente juegan otro deporte: uno para el que nuestras normas, así como la soberbia antropocéntrica para la cual necesitamos conocer y clasificar cuanto podamos, se escapa de nuestras capacidades cognoscitivas para este caso.

Sabíamos que interactúan con lo conocido como vivo con mejores o peores intenciones, y hoy día sabemos que forman parte de una categoría impulsadora de la vida en tanto a que tienen una importante relevancia respecto a Evolución.

¿Necesitaríamos saber algo más?

Vuelvo a las mismas: Lo que no sé es si los científicos más inconformistas quizás no deberían asumir dos posibles alternativas que ayuden a bordear la paradoja a la que se enfrentan:

a) Asumir la caída de la taxonomía microbiana para situar a los virus en una cómoda frontera entre lo vivo y lo muerto, obviando su extraña naturaleza para atender, exclusivamente, a su importancia en el impulso de la Evolución de la vida.

ó b) quizás encarar el mayor de los problemas: si un simple virus pone en jaque nuestras ideas acerca de lo que creíamos saber desde el principio de los tiempos, pudiera ser que nuestra metodología amparada en el famoso e infalible método científico merece ser revisada por algo que sea capaz de arrojar nuevas respuestas a la gran pregunta de qué es la vida.

Éso sí sería un reto.