La molécula de la Felicidad

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El ser humano, de forma puramente endógena, tiene la capacidad de sintetizar, mediante el metabolismo de ciertos ácidos grasos que sí son esenciales, una sustancia conocida como araquidonoiletanolamida. Anandamida, para los amigos.

La anandamida es una especie de cannabinoide. Con mejores efectos que un cannabinoide, pero sin las represalias (biológicas, sociales, efectos secundarios) nocivas que conlleva drograrse.

Es, digamos, la demostración científica que asegura que si te alimentas bien y llevas una vida sana, tu propio cuerpo trafica contigo a base de entregarte una sustancia que te aporta las nada despreciables sensaciones de optimismo, vitalidad o buen humor. Todo aquello opuesto al decaimiento. A la apatía.

Lo que, en definitiva, la anandamida “promete” es la placidez y todo ese bienestar, a cambio de adoptar una actitud: la de ser consciente que una persona sana se puede divertir, y mucho más, sin necesidad de tomar absolutamente nada, al margen de una alimentación sana, y de seguir un estilo de vida adecuado.

No obstante, en cualquier caso, la anandamida también puede ser consumida directamente de otros alimentos. ¿A que no sabéis qué producto la incluye en grandes proporciones? ¿Habéis oído hablar aquello de un amor frustrado y consumir chocolate? Pues bien, atando cabos, resulta que es sabido con certeza que el cacao es una fuente natural inmensa de anandamida.

Nada mejor, por tanto, que una vida saludable para salir de cualquier atolladero mental. Si en ocasiones la mente nos puede jugar una mala pasada, pensar en una solución para distraer la atención del verdadero problema no es caer, en el peor de los casos, en la botella de whisky u otras drogas. Quizás, al fin y al cabo, la verdadera solución para empezar a afrontar dichos problemas evolucionó con nosotros haciéndonos la vida algo más fácil, y su nombre sea el de Anandamida. La molécula de la felicidad.

La paradoja francesa

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La paradoja francesa relata una situación que se sale de toda lógica -como suele ocurrir con frecuencia en el campo de la alimentación, donde solemos pensar que 1+1 es 2- y pone en jaque algunas de las cosas más resabidas en nutrición.

Francia, país amante del pâté y quesos de todos los colores, amén de magdalenas, brioches y croasanes, presenta unos índices por ciudadano relativos al consumo de grasas saturadas y monoinsaturadas de tipo trans de los más altos en Europa. Hilvanado a este hecho, debería existir un riesgo cardiovascular paralelo al consumo de dicho tipo de grasas; científicamente demostradas en el incremento de la amenaza a padecer enfermedades cardiovasculares. La paradoja surge cuando los datos arrojan a la luz que Francia es, de facto, uno de los países cuya población es de las más cardioprotegidas en el mundo. ¿Cómo se resuelve el enigma?

Quitando que igual no tenemos ni idea de nutrición y que tratamos de resolver una pregunta con unos datos no siempre precisos, una posible respuesta puede que venga dada por el consumo del vino, profundamente arraigado a Francia; conocedora, exportadora, trasvasadora del mismo, amén de sabedora de los pormenores que rodean su consumo. Y es que el vino hace bueno el dicho de que «en la dosis está la clave»: si bien, personalmente, jamás recomendaría a nadie que se aficione a beber una bebida alcohólica, lo cierto es que es menester comentar que más que probablemente en un consumo limitado y razonable, el vino (especialmente el vino tinto) sea, per se, un cardioprotector natural.