El fin de la Princesa Tenebrosa

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Bella durmiente moderna y criatura de las tinieblas con piel de alabastro, en un todo. La Princesa Tenebrosa dilapidó su tiempo por una causa, se saltó todos los semáforos de las calles del recuerdo y, profundamente decepcionada, se echó a dormir, marchitándose lentamente. A la espera de un milagro.

Enclaustrada bajo pináculos puntiagudos, en la segunda torre más alta de Fantasía, dentro del país más mórbido del mundo del imaginario. La soberana de la ciudad de los espectros —tierra de miserables, de torres arqueadas y de ambiente desabrido— ya podía distinguir la Nada, a lo lejos.

La Nada. Esa desidia que destruye la lucidez, los deseos y la imaginación, transformándolos en mentiras. Aquello que, al mirar, genera la sensación de quedarte ciego no siendo capaz de ver, ni de desear, ni de querer otra cosa salvo dejarte llevar. Dejar pasar el tiempo, lentamente, hasta que llega, acabando con todo.

Pero no siempre fue así. En otro tiempo bregaba con todas sus fuerzas buscando la redención. No entendía por qué, ni cómo, había llegado a la situación en que estaba, y jamás se daría por vencida. Menos aún portando el recuerdo de aquello por lo que hubo apostado TODO.

Aquello… Lo que antes le ayudaba a despertar cada mañana. Lo que habría valido de argumento para soportar tanto miedo y soledad. Su única aspiración y consuelo, aún.

Un escalofrío recorría su espalda al sentir que ya le pisaba los talones, asediando toda esperanza que pudiese atesorar. Fue el instante en que la Princesa, cansada de ser Princesa, asumió su destino entregando una vida consumida en la ilusiónMinada en lúgubres mentiras que, negro sobre blanco, la Nada transcribió en literatura…

Algo que aún buscaría redimirse, entre las páginas de un blog y los ecos de una canción.

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